Recibió el pelotazo en el pecho y fue como si el sol le explotase en la cara.
Más tarde, en la cama del sanatorio, recordaba, con una extrañeza que rebasaba en mucho toda la situación, la cara de un morochito, tan feo que daba lástima, que le gritaba algo, aferrado al alambrado como si fuera la novia. Lo que recordaba, estrictamente, era que el negrito abría demasiado la boca, para gritar, como si le faltara el aire, y no tenía un solo diente. Ni uno solo.
Nunca supo qué mierda gritaba.
Para leer el relato completo hacé click acá.
Entre dientes
Publicado por El inquisidor en 6:10
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario