Biblioteca anarquista gratuita

En la página Utopía Libertaria podés descargar gratuitamente una prolífica e interesante biblioteca de textos anarquistas. Entre ellos:
Berkman - El ABC del comunismo libertario
D'Auria - Contra los jueces
García Moriyón - Senderos de Libertad
Thoreau - Desobediencia civil y otros textos
Archinov - Historia del Movimiento Makhnovista
Baigorria - El anarquismo trashumante
Kropotkin - La moral anarquista
Varios - El anarquismo frente al derecho

Leé, estudiá, informate.

Asociación contra la violencia familiar

Notas acerca de música contemporánea




Iremos publicando pequeñas notas referidas al asunto de la música contemporánea, mal llamada académica o culta, especialmente por el lado de la producción nacional y sus autores.
Y también acerca de políticas culturales supuestas, de las genuinas y de las otras.

1.- Acerca de Juan Carlos Paz
2.- El gran Alban Berg

Una frase de Brecht para no olvidar

Una frase de Brecht para poner en la mesita de luz

El peor analfabeto, es el analfabeto político él no escucha, no habla, no participa de los acontecimientos políticos.
El no sabe que el costo de la vida, el precio de los porotos, del pescado, de la harina, del arriendo del zapato y del remedio dependen de las decisiones políticas.
El analfabeto político es un burro que se enorgullece e infla el pecho diciendo que odia la política.
No sabe el IMBÉCIL que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado, el asaltante y el peor de todos los bandidos que es el político sinvergüenza, deshonesto, corrupto y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales.

Un poema para mi padre

Requiem

Quería saber tantas cosas
y no fue a tu lado,
ni contigo ni cerca de ti,
pero, quizás sí, ahora lo pienso,
quizás todo lo que deseaba saber,
lo que no hubiera debido saber,
lo supe por ser cerca de ti,
al paso, furtivo junto a ti
detrás de los claroscuros
que mitigaban tu ansiedad
en las noches compartidas.

Qué quisimos compartir
- qué quise compartir -
que nos fue vedado, padre.

Pasó el tiempo y con él
también pasamos nosotros
y hoy tu voz, tus gestos,
la mueca de tus labios
y la mirada que cuesta descifrar,
están lejos
y a la vez tan cerca.

Quisiera que mi corazón
dejara de latir por un momento
para hermanarse contigo.
No lo logro.
Por qué, a tantos años de distancia,
aún te busco
y no supe buscarte.
Por qué quisiera saber,
de una manera distinta,
lo que ya sé, lo que supe
cuando no debía saberlo.
En qué parte de nuestro mundo
estuvo lo amable,
lo pudoroso, lo incierto.

Camino por las calles, respiro,
vivo, soy, me esmero. Eso creo.
Me debo a otros pero nunca enteramente
porque detrás de mí
camina tu sombra.

Por años creo que ya no está.
Pero nunca es para siempre.

Ayer, en un momento de la noche,
mientras afuera llovía,
viniste a visitarme.
No sé si es grato, no sé
- en el momento en que ocurre -
si tu visita me alivia o me sume
en nostalgia preñada de humedad,
de sabor a cosas perdidas.

Pero si no vinieras,
si los años pasaran y se transformasen
en siempre, o en nunca,
sé que algo grande se moriría en mí.

Y aún falta tiempo para eso.

Algunos poemas bastante cínicos

La sabiduría

Usted sabe
(todos sabemos)
que saber no significa
la gran cosa.

Tanto es así que
usted sabe
(todos sabemos)
y eso no enriquece
su vida.

Porque saber,
mi amigo,
(y eso, todos lo sabemos)
no alcanza para decirle
a esa mujer
que la ama.

No, no alcanza.

Para que alcance
debe saberla a ella.
Su sabiduría
sólo será completa
cuando la sepa a ella.
Saberla hasta lo último,
hasta que ya nada
quede
de ella.

Cuando lo logre
usted sabrá
(todos sabremos)
lo que ellas saben.

Desde siempre.



QUISE SABER POR QUÉ
AQUEL LIBRO ERA TAN MALO



A pesar de las recomendaciones
de la prensa oral y escrita
y de las apologías de un crítico
de éstos que pululan en los diarios.
Y a pesar de una cuidadosa y obsesiva
propaganda en cada vidriera
y en cada escaparate y en cada murmullo
salido de la boca de turgentes estudiantes
de letras y demás obscenidades
el libro era rematadamente malo.
El autor era diestro en el manejo
del estilo directo. Directo al hígado.
Y, sin embargo, encabezaba las
listas de ventas.
Todo el mundo
compraba el condenado libro.
Sumando a los amarretes que sólo
leen de prestado y a los ejemplares
distribuidos en ¡bibliotecas populares!
podía decirse que nadie estaba a salvo.
Yo también lo leí, lo confieso.
Entonces pensé lo que siempre pienso:
que la mayoría de la gente no sirve para nada.
Pensar así me consoló pero seguía
sin saber por qué aquel libro era tan malo.
Volví a leerlo, una y otra vez.
Y una tarde caí en la cuenta:
aquel libro era tan malo porque gustaba
a la puñetera mayoría.
Como diría mi amiga mexicana:
chingue la mayoría.

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Directorio Maestro

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El vengador

Fue a mediados de abril cuando Leopoldo Melo lo fue a ver al departamento que, en esa época, todavía compartía con Miriam Latorre, la chilena del escándalo con el milico aquel, el coronel del que todos decían andaba metido en los canales de televisión de la derecha, pero no importan esas precisiones porque a él no le iban ni venían y todo el asunto le parecía demasiado jodido como para meterse en el medio, simplemente cogía con la chilena y usufructuaba el departamento, el refugio, como lo llamaba, sin anteponerle un número, porque ya se había olvidado de la cantidad de aguantaderos que las minas le habían proporcionado a lo largo de cincuenta y cuatro pirulos; bueno, lo cierto y lo que importa es que Leopoldo Melo lo fue a ver a ese departamento y el tipo se quedó para la cena, aprovechando que la chilena estaba en Córdoba, y serían casi las cuatro de la madrugada y el coñac se estaba terminando cuando dijo lo que tenía que decir: que iba a matar a Videla.

- ¿Para qué? – le preguntó.

- Porque se lo merece.

Como razón era tan inobjetable como inconsciente, pudo haber pensado, es decir, pensó, pero casi de una manera deshilachada, porque el asunto daba para mucho más. A él, a Sebastián, las cosas le parecían desmesuradas, desde hacía varios años -veintiocho años, para ser más precisos-, desde la tarde en que supo que Lorena Miglioranza había desaparecido. Una desaparición irreal, que sólo duró dos meses, porque a la chica la encontraron en un zanjón de Bernal, con tres tiros en la cabeza.

Él, Sebastián, estaba enamorado de Lorena, pero ella no lo sabía. La que sí lo sabía era la hermana, Paula, dos años mayor y tan distinta. Mutuamente se sirvieron de consuelo, hasta que pasó lo inevitable, Sebastián entrevió en Paula, en la tan distinta Paula, una cierta afinidad con Lorena y terminaron viviendo juntos durante casi cuatro años, empeñados, ambos, en mantener la memoria de la muerta para que ese fortuito y estrafalario cordón los mantuviera unidos.

No funcionó.

Para peor, Paula militó con los radicales de Alfonsín y terminó casándose con un concejal de Villa Crespo.

Historias.

- ¿Y cómo vas a hacer?

- Es de lo más fácil – dijo Melo.

Luego dijo que le parecía increíble que, entre tanto damnificado, tanto padre desgarrado por el dolor, tanto orga con recursos, nadie los hubiera hecho cagar. Si él, un pobre tarambana, estaba dispuesto, sin comerla ni beberla, sólo porque sí, porque le daba asco que el tipo siguiera vivo, y abundó, abundó bastante, te das cuenta, el tipo, viejo o no; enfermo, podrido o no; duerme todos los días, la mujer lo acariciará, recordará tiempos buenos, se sentirá un mártir, leerá, cagará, comerá, dará órdenes, incluso, aunque sea a la muchacha que limpia; mientras, tanto tipo valioso, tanta pendeja que podía hacer mil cosas útiles, tanta gente buena está haciendo burbujas en fondo del Río de la Plata, eh.

Aclaró que si la cosa salía bien con Videla, o sea, si no lo agarraban, pensaba seguir con los otros, antes de que se murieran. Los peces grandes, dijo, porque si de merecimientos se trataba, había que liquidar a medio país. Lo dijo y se rió: a medio país.

Sebastián también se rió. Pensando en la chilena.

- ¿A quién más se lo dijiste?

- A Karina. A Karina y a vos, a nadie más.

Ya era sábado, un sábado frío y hermoso, de esos que deshabitan la ciudad y la dejan para los que verdaderamente la quieren. A Sebastián le gustaban esas imágenes, la evocación de la ciudad como una mujer dormida y asequible, indolente, casi, a quien se le hace el amor a hurtadillas. Y también era hermoso escuchar los planes de Melo, porque sí, porque era gloriosa, resplandeciente, la idea de liquidar a Videla, y otros cuántos que aún quedaban, viejos, enfermos, pero tan alimañas como antes, tan despreciables...



- La semana que viene – dijo Melo.

- ¿La semana que viene qué?

- Lo mato, boludo. Qué va a pasar. De qué estamos hablando.

- ¿Tan fácil?

- Lo vengo preparando hace un año. Fácil es, pero me llevó tiempo.

La chilena sentía pasión por las medialunas.

Las compraba en cantidades industriales y las metía en el freezer, como para no andar jodiendo a la pereza de caminar unas cuadras y tenerlas a la mano. Así que, tanto Sebastián como Leopoldo Melo tenían, a la mano, una buena cantidad de medialunas para inaugurar la madrugada en ciernes.

Prepararon café y calentaron las medialunas en el microondas, el sol entraba despacito por el ventanal del comedor y Melo seguía largando su plan a cuentagotas.

- En realidad voy a tener que liquidar a más, a los guardias que le ponen, dos tipos, y a la mujer si está en la casa. Voy preparado, así que al que se ponga en medio lo hago boleta. Después de todo, quien quiera impedir un acto de justicia así, no merece vivir.

Es cierto, pensó Sebastián, y la medialuna pareció cobrar más sabor.

El arma ya estaba en el edificio, en la sala de máquinas del ascensor, desarmada y oculta, una UZI flamante que había costado sus buenos mangos.

El año de preparación tenía que ver, pura y exclusivamente, con esta artimaña, con la manera de entrar un arma en un edificio que era bien custodiado, aunque por pocas personas. Para lograrlo, Melo se había conchabado en la empresa que hacía el mantenimiento de los ascensores en el edificio. Cosa que no fue fácil.

- Les anduve atrás a los tipos casi dos meses hasta que me aceptaron. Necesitaban un operario pero no querían pagar mucho. Acepté por una miseria.

- ¿Y por qué la semana que viene?

- Porque tenemos que cambiar un tablero. El jueves. El jueves es el día.

- ¿Vas con un ayudante?

- Sí, un pibe. Pero no le va a pasar nada. Ya lo pensé, lo ato en la sala de máquinas y que lo descubran después. Nadie lo va a incriminar.

- Pero a vos sí.

- A mí, no. Me puse otro nombre. Documentos truchos y todo eso.

También habló, sin mayor precisión, de un cambio de fisonomía.

Sebastián se dijo que el plan era bueno, rematadamente bueno. También pensó, mientras miraban la ciudad despertando, qué era lo que Melo necesitaba de él. Estuvo a punto de preguntárselo.

- Karina me espera con una moto, a la vuelta, y nos hacemos perdiz. Después me voy un año, o menos, al Uruguay, a la casa que tengo en Parque del Plata. No me van a encontrar.

Sebastián no tuvo necesidad de preguntar nada.

- Sabés cuánta gente me va a estar agradecida. Pero yo no quiero involucrar a nadie. Ya me costó bastante aceptar que Karina... Pero ella me quiere. Vos, qué pensás.

- A simple vista, parece que todo cierra. ¿Y si te agarran?

- Karina y yo hicimos la parodia del divorcio, con juicio, abogado y todo. Para todo el mundo, o sea, para la familia, estamos peleados a muerte. Si me agarran, Karina se manda a mudar y aquí no pasó nada.

- O sea que ella no va con vos a Parque del Plata.

- No, no. Yo solo. Si a ella le pasara algo, me muero.

En todo lo que Melo dijo y no dijo, hasta casi las diez de la mañana, Sebastián creyó entender la necesidad de que su plan, al menos, fuera conocido por alguien. Quería que alguien, y para eso había elegido a Sebastián, supiera que él, Leopoldo Melo, un humilde mecánico, sin pasado político, sin antecedentes, sin otra virtud que su odio, había hecho lo que otros debieron y no hicieron. Aunque no hablaron de eso, a Sebastián le pareció graciosa la revuelta en el avispero que Melo iba a propiciar. Como si los viejos tiempos hubieran vuelto por sus fueros.

Cuando Melo se fue, mientras empezaba a dormirse, soñó con Lorena.

Miriam Latorre, la chilena, entró como una tromba, dejó la cartera en el sillón, se plantó en medio del comedor y dijo, a los gritos:

- ¿Viste lo que pasó? Lo mataron a Videla.

- ¿Qué? – dijo Sebastián, absorto.

Era miércoles.

- Que lo hicieron mierda a Videla. Hace una hora. Poné la tele.

Mientras Sebastián sintonizaba el aparato, la chilena, quitándose la pollera y la blusa, una costumbre que al principio había resultado agradable, agregó:

- Parece que agarraron a uno.



Como era de suponer, la Iglesia deploró el hecho, al igual que las Fuerzas Armadas, todos los partidos de derecha también, con matices en la manera de decirlo, los partidos de lo que en este país se llama, ingenuamente, centroizquierda, lanzaron al aire sus parrafadas inconsistentes y precavidas y la izquierda lo festejó como si fuese el inicio de la Revolución. Pero, todo el mundo se daba cuenta, no daba para tanto. Porque la historia y la vida de Leopoldo Melo, el mecánico asesino, opacó dramáticamente cualquier conmiseración encubierta acerca del dictador enviado al otro mundo.

En principio, a Sebastián, dentro de la pena inmensa que sentía por su antiguo amigo, no dejó de asombrarlo el retrato de Melo, sus enormes anteojos oscuros y el inhabitual peinado a la gomina. Ni las nerviosas declaraciones de Karina, diciendo que su ex marido andaba bastante mal de la cabeza y le pegaba con un paraguas. La familia de Karina, tal y como Melo podía haber previsto, se despachó a gusto contra él y la policía y los servicios anduvieron bastante desorientados, hablando de células extranjeras, de terrorismo islámico y otras estupideces que nutrieron en cantidades obscenas los programas periodísticos de la derecha, hasta que un periodista mañanero que la iba de informado y sagaz, lanzó la hipótesis de que Melo era una especie de Harvey Lee Oswald, un pobre perejil usado sin miramientos por algún poder, incluso vinculado al gobierno, lo que motivó un tembladeral bastante delirante que sacó la cuestión de foco.

A todos les costaba entender que un simple tipo hubiera decidido hacer justicia por mano propia, sin la menor idea de que la UZI se iba a trabar cuando intentaba salir del edificio, sin la más mínima pretensión de ser un kamikaze. Ni fanático ni loco, un hombre común que decidió obrar, ser el arma de una sociedad que miraba para otro lado.

Pero la versión Oswald ganó terreno, y cómo.

A Sebastián no le interesaba el desbarajuste de los medios y de los opinadores pagados, quería ver a Melo, pero, durante seis meses lo tuvieron incomunicado como a un elemento peligrosísimo. Pasados esos seis meses pudo visitarlo, a costa, por supuesto, de las incomodidades que eso traería aparejado. Incomodidades fue la palabra que usó la chilena, asombradísima de que su pareja conociera al mecánico asesino. Ámbitos privados, fue lo que dedujo, o pensó, o prefirió, por sus propios intereses, aceptar, cuando discutieron sobre lo que cada uno sabía del otro. Era claro que ella quería saber hasta lo último de Sebastián sin que eso supusiera una contrapartida honesta. Pelearon.

Y luego, ella se olvidó de todo, atraída por el morbo del chisme.

Cuando Sebastián, poco tiempo después dejó de vivir con ella, apareció una nota en una revista basura, y la chilena, en pose de mata hombres o de me conservo bien a pesar de los cuarenta años, diciendo, yo conocía al que mató a Videla. También anduvo un tiempo en programas de televisión y hasta mostró las tetas recién operadas.

Sebastián apreció el tour de la chilena con bastante alivio y no poco de perplejidad sobre sí mismo. Pero cogía bien, eso no se podía negar.

Finalmente pudo ver a Melo, en Olmos, un miércoles a la tarde.

- No tendrías que haber venido, dijo Melo, cuya expresión estaba transfigurada. -Después van a caerte a preguntas y todo eso.

- No importa, Leopoldo.

- Tendrías que haberle visto la cara, reflexionó. -Uno no se los imagina muy cojonudos, pero tampoco tan rastreros. Quiero decir, uno supone que... Cuando entendió se puso a llorar. No perdí demasiado el tiempo y lo sacudí ahí nomás. Parecía un viejito inofensivo.

- ¿Y abajo, qué pasó?

- La UZI de mierda se atascó. Porque yo pensaba salir a los tiros, quién se me iba a poner adelante. Me agarraron y listo. Entraba dentro de lo posible. Lo que me jode es que los demás quedan vivos. Y me hubiese gustado...

Para Melo, lejos de ser un fracaso, su captura traía más perspectivas que la fuga. Al principio, antes del atentado, había meditado en el asunto y se veía que él quería decir por qué y cómo había decidido matar a Videla, veinte y pico de años después de la dictadura, cuando ya todo el mundo lo había olvidado. Quería exponer sus razones, gritar al mundo qué era lo que se debía hacer con estos hijos de puta, en cualquier país, en todas partes. Se imaginaba a émulos de su proeza en toda Latinoamérica, o en Europa y en Asia también. Acaso, decía, no sería una manera eficaz de poner límites, de hacer una especie de revolución. Cuidado con lo que hacés porque cualquier noche, aunque el tiempo haya pasado, un loco va a subir hasta tu dormitorio y te va a liquidar, a vos y a toda tu familia. Un buen disuasivo, decía.

- A la vieja la bajé de un culatazo. Y después, cuando ya lo había cagado a balazos, pensé: ¿esta mina es inocente? ¿Inocente de qué? Y ahí le encajé los cuatro tiros. Pobrecita la sirvienta, se tiró al piso y lloraba. Me imagino la cara de los de la empresa de mantenimiento.

- Una de dos, o los echan de todos lados o ligan una publicidad formidable.

- Je, je. Sí. Unos explotadores, no otra cosa. Capaz que tienen suerte.

El detalle minúsculo que Sebastián quería conocer era por qué la acción se llevó a cabo un día antes de lo previsto. Melo le explicó que fue un cambio decidido por la empresa de mantenimiento y que, como resultaba evidente, no afectó sus planes.

La charla fue breve y con bastantes sobreentendidos, especialmente por el lado de Karina, a quien Sebastián no se animó a visitar. Iría pasando el tiempo, las teorías fueron quedando arrumbadas y aparecieron otros temas que echaron en el olvido a Melo y lo fueron depositando en el cajón de las efemérides.

Los policías y otros alcahuetes fueron a visitar a Sebastián varias veces aunque no parecían tener mucho empeño en su trabajo. Lo siguieron, durante un tiempo, con tanta aparatosidad que hasta Mister Magoo se hubiese dado cuenta.

El juicio tuvo una enorme repercusión, que Melo utilizó para explicar sus razones, las que fueron pulcra y eficazmente tergiversadas por la prensa.

Veredicto: Cadena y reclusión perpetuas.

Unos meses más tarde, para no perder la costumbre, Sebastián conoció a una veterana, Mita, que aún estaba como para aguantar varias cabalgatas, y al poco tiempo vivían juntos en el departamento de ella, desde luego, un minúsculo pero espléndido pisito en Balvanera. Ambos se asombraron de haber sido compañeros de trabajo veinticinco años atrás, en la Facultad de Humanidades de Rosario, sin haberse tratado nunca. Y a Mita, la amistad de su nuevo amante con el mecánico vengador, como le gustaba llamarlo, le pareció durante muchos años, una cualidad más en el atractivo de Sebastián.

Cosas que tienen las mujeres.

El estatus de asesino político, y sobre todo, el de asesino de Videla, le había granjeado a Melo, un enorme respeto entre los compañeros de presidio. Hizo lo que había que hacer, decían. Para Melo, la cárcel resultó mucho más gratificante que la rutina de la vida ordinaria. Concedió entrevistas a varios periodistas extranjeros y hasta la revista Times le dedicó un espacio importante en uno de sus números. Fue visitado por Petras y por muchos otros personajes relevantes de la izquierda internacional. Incluso recibió la bendición a distancia del subcomandante Marcos y una agrupación estudiantil de izquierda, minúscula pero bochinchera, en la Facultad de Ciencias Sociales se autodenominó, en acto público, Agrupación Revolucionaria Leopoldo Melo.

También aparecieron varios libros por parte de los oportunistas de turno, rectificando los dislates anteriores y reemplazándolos por nuevos.

Con respecto a los posibles émulos hubo algo para decir: un argelino intentó matar a Le Pen, sin éxito, y varios petardos fueron arrojados al paso del auto de Pinochet. Incluso se habló de un frustrado atentado contra el nuevo Papa, pero eso quedó en rumores sin consistencia.

- Hay que darle tiempo a las cosas. Acaso yo no hice lo que hice veinticuatro años después del momento en que había que hacerlo, decía Melo, cuando Sebastián le comentaba esas noticias.

Pero se lo notaba un poco desilusionado. La situación política del país seguía inalterable, lo que demostraba que, si la historia no se había acabado, a nadie le importaba demasiado. El cuerpo social se había convertido, por efecto de los innumerables agentes anestesiantes que mediaban entre las partes, en una especie de ameba o esponja capaz de absorber cualquier cosa y convertirla en parte de sí misma.

Hubo elecciones y el oficialismo de turno perdió unos pocos votos, por lo que se llamó torpemente, efecto Melo, pero al poco tiempo, con alianzas y chanchullos, ya los había recobrado.

Todo seguía igual, con la sola excepción de que Videla, su mujer, y dos guardias de seguridad del Ejército, miraban crecer los rabanitos desde abajo, y Leopoldo Melo estaría preso hasta el último de sus días.

Cuando Karina, probablemente a su pesar, se juntó con un comerciante de la zona de Palermo, Melo se mostró satisfecho. Todo parecía cerrar, pensaba. Todo estaba en orden. Sólo faltaba una cosa.

El veinte de junio de dos mil nueve, Leopoldo Melo se abrió las venas con una cuchara y murió desangrado, a la vista y silencio de varios de sus compañeros de presidio, que velaron su decisión.

Un año y medio después, mientras Sebastián se recuperaba de la segunda operación del riñón, Mita llegó hasta la cama del sanatorio, dejó la cartera sobre la cama y dijo, casi a los gritos:

- ¿Te enteraste? Lo mataron a Menem.

2 comentarios:

de oficio: ABOGADO dijo...

Conozco a Norberto Olaziola....desde hace muchos años
Cuántos muchos..? y...26 años, que tal, no es poco, verdad?
Ah.., además soy su amigo; perdón, no se soy su amigo, lo que si sé es que el es mi amigo. Dicho lo cual, todos los comentarios podrán ser tildados de "parciales" desde el análisis de la subjetividad que acompaña el hablar de un amigo.Pero no me importa.
Acabo de leer el poema publicado en este Blogg escrito por Norberto a su PADRE, bajo el título REQUIEM.
Es espectacular, no ya el poema, (carezco totalmente de idoneidad para criticarlo como tal), sino la profundidad de la verdad que encierra.
Conocí a su padre, compartí con Norberto algunos "claroscuros" en su compañía. Claroscuros indescifrables, como indescifrables eran los de mi PADRE, provenientes quizás de la misma problemática...intangible, difusa, demoledora.
Hoy, en agosto de 2007, me encuentro físicamente a mas de 13.000 kilómetros de donde está mi amigo, pero lo tengo a mi lado, sentado, mirándome, y mientras golpeo torpemente las teclas de mi ordenador, lo "siento" profunda e íntimamente, como profunda e íntima me resultó siempre su mirada, que comprendí sin que hiciera falta conversar. Su poema es "su verdad", la abismal verdad de lo que ha y hemos vivido.
Querido amigo, he descubierto el valor de tú palabra, mucho mas que en tus cuentos. TE CREO !!!
Siempre tuyo...amigo mío
PEDRO

Anónimo dijo...

Gracias Norberto!! de parte del staff de Fedro. Es muy gratificante para nosotros que los buenos lectores, como vos, valoren nuestro trabajo.

San Telmo está muy lindo, vengan a pasear, van a encontrar muchas cosas nuevas .... para quienes no nos conocen: estamos a una cuadra del Mercado y a dos de Plaza Dorrego. Los esperamos.

Norberto: felicitaciones por el blog ! old fashion way en la web, siempre es bueno y hace falta.

e! x Fedro