Biblioteca anarquista gratuita

En la página Utopía Libertaria podés descargar gratuitamente una prolífica e interesante biblioteca de textos anarquistas. Entre ellos:
Berkman - El ABC del comunismo libertario
D'Auria - Contra los jueces
García Moriyón - Senderos de Libertad
Thoreau - Desobediencia civil y otros textos
Archinov - Historia del Movimiento Makhnovista
Baigorria - El anarquismo trashumante
Kropotkin - La moral anarquista
Varios - El anarquismo frente al derecho

Leé, estudiá, informate.

Asociación contra la violencia familiar

Notas acerca de música contemporánea




Iremos publicando pequeñas notas referidas al asunto de la música contemporánea, mal llamada académica o culta, especialmente por el lado de la producción nacional y sus autores.
Y también acerca de políticas culturales supuestas, de las genuinas y de las otras.

1.- Acerca de Juan Carlos Paz
2.- El gran Alban Berg

Una frase de Brecht para no olvidar

Una frase de Brecht para poner en la mesita de luz

El peor analfabeto, es el analfabeto político él no escucha, no habla, no participa de los acontecimientos políticos.
El no sabe que el costo de la vida, el precio de los porotos, del pescado, de la harina, del arriendo del zapato y del remedio dependen de las decisiones políticas.
El analfabeto político es un burro que se enorgullece e infla el pecho diciendo que odia la política.
No sabe el IMBÉCIL que de su ignorancia política nace la prostituta, el menor abandonado, el asaltante y el peor de todos los bandidos que es el político sinvergüenza, deshonesto, corrupto y lacayo de las empresas nacionales y multinacionales.

Un poema para mi padre

Requiem

Quería saber tantas cosas
y no fue a tu lado,
ni contigo ni cerca de ti,
pero, quizás sí, ahora lo pienso,
quizás todo lo que deseaba saber,
lo que no hubiera debido saber,
lo supe por ser cerca de ti,
al paso, furtivo junto a ti
detrás de los claroscuros
que mitigaban tu ansiedad
en las noches compartidas.

Qué quisimos compartir
- qué quise compartir -
que nos fue vedado, padre.

Pasó el tiempo y con él
también pasamos nosotros
y hoy tu voz, tus gestos,
la mueca de tus labios
y la mirada que cuesta descifrar,
están lejos
y a la vez tan cerca.

Quisiera que mi corazón
dejara de latir por un momento
para hermanarse contigo.
No lo logro.
Por qué, a tantos años de distancia,
aún te busco
y no supe buscarte.
Por qué quisiera saber,
de una manera distinta,
lo que ya sé, lo que supe
cuando no debía saberlo.
En qué parte de nuestro mundo
estuvo lo amable,
lo pudoroso, lo incierto.

Camino por las calles, respiro,
vivo, soy, me esmero. Eso creo.
Me debo a otros pero nunca enteramente
porque detrás de mí
camina tu sombra.

Por años creo que ya no está.
Pero nunca es para siempre.

Ayer, en un momento de la noche,
mientras afuera llovía,
viniste a visitarme.
No sé si es grato, no sé
- en el momento en que ocurre -
si tu visita me alivia o me sume
en nostalgia preñada de humedad,
de sabor a cosas perdidas.

Pero si no vinieras,
si los años pasaran y se transformasen
en siempre, o en nunca,
sé que algo grande se moriría en mí.

Y aún falta tiempo para eso.

Algunos poemas bastante cínicos

La sabiduría

Usted sabe
(todos sabemos)
que saber no significa
la gran cosa.

Tanto es así que
usted sabe
(todos sabemos)
y eso no enriquece
su vida.

Porque saber,
mi amigo,
(y eso, todos lo sabemos)
no alcanza para decirle
a esa mujer
que la ama.

No, no alcanza.

Para que alcance
debe saberla a ella.
Su sabiduría
sólo será completa
cuando la sepa a ella.
Saberla hasta lo último,
hasta que ya nada
quede
de ella.

Cuando lo logre
usted sabrá
(todos sabremos)
lo que ellas saben.

Desde siempre.



QUISE SABER POR QUÉ
AQUEL LIBRO ERA TAN MALO



A pesar de las recomendaciones
de la prensa oral y escrita
y de las apologías de un crítico
de éstos que pululan en los diarios.
Y a pesar de una cuidadosa y obsesiva
propaganda en cada vidriera
y en cada escaparate y en cada murmullo
salido de la boca de turgentes estudiantes
de letras y demás obscenidades
el libro era rematadamente malo.
El autor era diestro en el manejo
del estilo directo. Directo al hígado.
Y, sin embargo, encabezaba las
listas de ventas.
Todo el mundo
compraba el condenado libro.
Sumando a los amarretes que sólo
leen de prestado y a los ejemplares
distribuidos en ¡bibliotecas populares!
podía decirse que nadie estaba a salvo.
Yo también lo leí, lo confieso.
Entonces pensé lo que siempre pienso:
que la mayoría de la gente no sirve para nada.
Pensar así me consoló pero seguía
sin saber por qué aquel libro era tan malo.
Volví a leerlo, una y otra vez.
Y una tarde caí en la cuenta:
aquel libro era tan malo porque gustaba
a la puñetera mayoría.
Como diría mi amiga mexicana:
chingue la mayoría.

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Directorio Maestro

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Al costado de la casa

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Como los matrimonios mayores,
no tenían nada que decirse. Balzac




1

Vimos a papá, con la caja bajo el brazo, cuando el micro destartalado de Cosme doblaba, ya, por el recodito que enfila hacia el puente, camino a la escuela. El Bichu intentó abrir la ventanilla para gritarle algo pero, el pobrecito, a sus cinco años, no contaba con la fuerza suficiente para vencer el desvencije general de este único vehículo que, por unos pocos pesos, nos llevaba hasta la escuela, distante una legua de las casas. De todos modos, era seguro que mi padre había visto el micro pero, fiel a su costumbre, siguió de largo como si no existiéramos. Mecha y yo estábamos acostumbradas a su forma de ser, pero, el Bichu se amorriñó, como siempre, en el asiento, y no conseguimos que hablara hasta que, más tarde, nos encontramos en el primer recreo, junto a los alambres, tirándoles piedras a los chanchos de los Ercole, que se habían aventurado más lejos de lo que estábamos dispuestas a permitirles. Esta vez, y a modo de compensación, dejamos que el Bichu también les tirara piedras aunque corriera el riesgo de recibir una hondada del Jacinto, el menor de los Ercole que, encaramado en el quincho de las máquinas, esperaba los recreos para divertirse haciendo puntería contra nosotras. Pero, esta vez, el Jacinto no apareció y nos quedamos mirando hacia el quincho hasta que la maestra nos llamó y nos comimos una zaranda por no escuchar la campana. A la salida de la escuela le expliqué al Bichu que, seguramente, papá no nos había visto, que no se pusiera triste y que, en una de ésas, había alguna sorpresa cuando llegáramos a la casa. El Bichu me miró con los ojos bien abiertos y se puso colorado de vergüenza y, en el colectivo de Cosme, no dejó de mirar por la ventanilla, inquieto y ansioso por llegar. Cuando entramos en la casa, ya atardecido, nos dimos cuenta de que mis padres se habían peleado. Mamá cocinaba con un desparramo de cacerolas y papá estaba encerrado en su pieza, seguramente hasta el día siguiente. Siempre era así. Cuando mamá se ponía a cocinar temprano era porque se habían peleado, porque papá había estado con la Nucha.
- Esa puta - decía mamá.
Entonces, papá miraba el techo durante un rato y luego se metía en la pieza y no salía hasta el otro día, a la madrugada, mientras estábamos dormidas, y se iba al trabajo. Para nosotras era como si nos invitaran a una fiesta. Mamá sentía un cierto alivio porque si papá no se iba a dormir andaba enojado y seguro nos cascaba, a nosotras o al Bichu, o rompía alguna cosa, como el retrato del abuelo, que, de tantos golpes, ya casi no tenía ninguna parte del marco sin remiendos. Entonces, nos quedábamos, hasta tarde, con mamá, jugando al culo sucio o al chinchón, y eso que siempre nos ganaba. Nos reíamos porque, de repente, levantábamos la vista y mamá se había puesto los comodines adentro de los anteojos y parecía que nos saludaban. El Bichu se reía tan fuerte que teníamos que taparle la boca para que no despertara a papá y recibiera una cascada. Entonces, mamá se ponía seria un rato, y después no aguantaba y salíamos corriendo hasta el ligustre y nos reíamos todos como locos y el Bichu se agitaba y se reía y después le venía la tos y se ponía colorado como si fuera a reventar. Y, ahí, nos agarraba más risa y al volver teníamos la ropa toda mojada. Decía, antes, que papá y mamá se habían peleado, pero eso no importaba porque, junto a la leñera, estaba la caja que traía papá bajo el brazo y el Bichu le preguntó a mamá qué había en la caja. Mamá se dio vuelta, muy seria, y le dijo que no se había animado a fijarse pero, que, si el Bichu se sentía un hombrecito, podía fijarse él mismo. El Bichu nos miró, entre sonriente y miedoso, como era siempre.
– Abrilo vos - me dijo y fue a esconderse entre las cortinas.
Lo hice desear un poco, pero no mucho porque también nosotras teníamos curiosidad por saber qué había en la caja. Cuando lo sacamos, miramos al Bichu, que se había quedado duro, con los ojos grandes y el dedo en la boca como si pidiera silencio.
- Perro - dijo, y señaló el perro a mamá, que lo miraba como tratando de adivinar qué sentía porque nunca se había quedado tan serio ante un regalo -. Perro, papá - repitió, y volvió a esconderse entre las cortinas.
- No va a venir - dijo mamá.
El perrito era una cosa chiquita, negra, con la cabeza que se le bamboleaba como si tuviera sueño. Lo dejamos en el piso a ver qué hacía y, con la cabeza gacha, se hizo un ovillo y se lamía la pata.
- Está asustado - dijo Mecha.
- Es hasta que se acostumbre - dije y le serví el tazón con leche que mamá nos había alcanzado.
Estaba meta mirar al perrito cuando sentí la mano del Bichu en la espalda. Creo que estaba más asustado que el perro porque, hasta que nos fuimos a dormir, se negó a tocarlo y hasta lloró cuando se lo acercábamos y mamá nos dijo que dejáramos al Bichu tranquilo, que él también tenía que acostumbrarse al nuevo miembro de la familia. Y al decir esto miró un instante hacia la puerta del cuarto, suspiró, y le oímos murmurar algo que no entendimos mientras se metía en la cocina a lavar la vajilla. Por ser un día de novedad no ayudamos con la cocina. Mientras Mecha acariciaba al perro, ya metido en la caja, el Bichu me miró y me dijo:
- Perro es mío - y se metió corriendo en nuestro cuarto.




2


Cachón le pusimos al perro, por el angelito, el mellizo del Bichu que no sobrevivió. Cuando se lo dijimos, mamá suspiró y nos dijo:
- Está bien.
El Bichu estuvo de acuerdo pero se las ingenió para darnos a entender que ese nombre él ya lo había pensado antes.
- Cachón - dijo, y miró al perrito como si estuviera muy lejos.
Teníamos todo el fin de semana para jugar con Cachón pero enseguida empezamos a tener problemas. El Bichu no quería que lo agarrásemos y quiso llevárselo para esconderlo en alguna parte. Salió corriendo con el perro a cuestas, a toda la velocidad que le daban las piernitas, rumbo a la tranquera. Mecha y yo nos miramos y decidimos darle alguna ventaja. Pero, el Bichu era muy bobo cuando quería y se paró en seco y se dió vuelta a ver si lo seguíamos. Cuando iniciamos la carrera pegó un alarido y se puso a correr pero, justo en ese momento, se tropezó y se vino en banda con perro y todo. Cachón largó un chillido y se quedó relamiendo la pata, a un costado del Bichu.
- Recién se los traigo y ya lo van a romper - dijo papá, malhumorado, mientras abría la tranquera.
Nos quedamos mudas y entonces el Bichu agarró al perro y, alzándolo lo más que podía, se lo mostró a papá:
- Cachón, mío - dijo.
Papá lo miró, apenas:
- Bueno - dijo, y siguió de largo para la casa.
El Bichu miró a papá, luego a Cachón y luego a nosotras.
- Cachón - volvió a decir.
Se sentó y acarició al perrito durante un buen rato. Luego se unió a nosotras y fuimos a mostrárselo al Chiquito, de la chacra de Urbiña, que siempre nos ayudaba a montar al petiso y hasta nos llevó una tarde hasta la quinta vieja, al fondo del trigal, a comer sandía. Al Chiquito le gustaba Mecha y a veces me tiraba unos deslices como para que me fuera. En cambio, tenía adoración por el Bichu, y lo llevaba a cazar palomas y le colgaba alguna en una bolsita del cuello y el Bichu se venía, de donde estuviera, hasta la casa, con las manos tapándose los ojos, impresionado, y entonces se ponía a llorar hasta que alguna de nosotras, o mamá, le sacaba el paquete. Un día papá lo encaró al Chiquito y le dijo que le iba a meter la paloma ya saben donde, pero, entonces, el Bichu le había tirado del pantalón a papá y le había dicho:
- Chiquito es mi amigo, dejalo.
- Quién mierda te entiende – había dicho papá
Y se fue con el breque hasta el pueblo, seguro que a ver a la Nucha, aunque por la tarde hubiera traído un lechón, de la granja de Sarmiento, y se pusiese a asar, como si nada.
Y mamá también, como si nada, porque a aguantadora no le iban a ganar muy fácil.
-Una santa - gustaba decir la tía Chola, cuando viajábamos hasta Carlota y nos quedábamos uno o dos días.
Todo el fin de semana estuvimos jugando con el perro, intentando que corriera a las gallinas, pero el pobre era muy chiquito y se quedaba mirándonos, con la lengua afuera. Entonces, el Bichu agarraba una gallina del cogote y se la acercaba a Cachón.
- Mirá - le decía.
Y Mecha y yo nos moríamos de risa.
A la tarde del domingo se puso oscuro, viniendo del sur, y mamá nos dijo que teníamos que entrar. El cuarto estaba cerrado pero mamá no estaba cocinando. Venía un viento húmedo y tuvimos que cerrar las ventanas.
-Chinchón - dijo el Bichu.
Mamá nos miró, con la cara cansada, y dijo:
- Hoy no.
El Bichu miró la puerta del cuarto y después se puso a acariciar al perro hasta la hora de cenar. Lo acariciaba tanto que le brillaba el lomo al Cachón. Papá se levantó para la hora de la cena. Miró la comida que mamá le sirvió como diciendo qué porquería le daban de comer pero no dejó nada en el plato. Después, se puso a tomar mate y a leer el Intervalo que leía siempre y guay que alguna de nosotras se lo fuera a agarrar. Mamá empezó con la plañidera de la familia, que la Chola contó que al Buby lo iban a tener que operar, nomás, y que se iban a trasladar, finalmente, a Belville porque el tambo ya no les daba más plata; que el menor de los Juárez se había caído del molino y se había quebrado una pierna, y demás cosas que siempre ocurrían en una familia tan numerosa. Una vez, nos habíamos puesto a contar los primos de mamá y nos aburrimos y no habíamos pasado de los treinta. Pero mamá sabía que a papá le molestaba hablar de la familia y se lo hacía a propósito. Era divertido. Para nosotras, claro. Papá escuchaba y tomaba mate y miraba la revista, levantaba la vista como diciendo qué mierda me importa de tu familia, pero no decía nada y, cuando terminaba de tomar el mate, se levantaba y se iba aunque mamá estuviera hablando. Pero mamá terminaba lo que estuviera diciendo y levantaba la voz, a medida que papá se alejaba, y luego dejaba un poco lo que estuviera haciendo, suspiraba y se daba vuelta para que nosotras no viéramos cómo rezongaba en voz baja. Después se acercaba al Bichu y le acariciaba la cabeza un buen rato. Para nosotras, el Bichu y mamá eran como compañeros de desgracia porque, al menos, cuando la Mecha y yo éramos más chicas, todavía funcionaban las cosas con papá. Pero, después de que nació el Bichu, era como si fueran dos extraños y ninguno de los dos hacía el menor esfuerzo por arreglarse. Y eso, antes que lo de la Nucha, mucho antes. Mecha decía que peor estábamos nosotras, que para el Bichu esto era como algo natural, que pasó siempre, pero que ella extrañaba las visitas en familia, los tres viajes que habíamos hecho a Buenos Aires, y otras cosas más que me había contado pero que yo no me acordaba porque era muy chica.
Y el abuelo también era un recuerdo lindo hasta que se murió.



3


Cachón ya había cumplido dos años. Las cosas en la familia habían mejorado bastante, sobre todo después que la Nucha se fuera a vivir a Buenos Aires. Para esa época empezamos a escuchar que papá y mamá hablaban en su dormitorio y, entonces, Mecha me hacía señas para que hiciera silencio y queríamos adivinar, por el tono apagado con que llegaban las voces, sin entender lo que decían, si charlaban amigablemente o se estaban peleando. El Bichu había tenido fiebre un par de noches y mamá se había quedado en nuestro cuarto, junto a él. Cada tanto se levantaba, iba a la cocina, y luego volvía. Un par de veces, papá se había demorado, parado en la puerta de nuestro cuarto, fumando en silencio. Mamá se daba vuelta y lo miraba y él miraba al Bichu con una cara que no quería decir nada y, luego, se volvía a su cuarto, silencioso como siempre. Cuando el Bichu estuvo bien mamá estaba tranquila y yo creía que papá también, aunque no se le notara. Pero, bueno, será que los hijos notan cosas que los demás no. Por esa época, la abuela se había desmejorado mucho, y mamá andaba triste y con la mirada perdida y algunas veces le pedía a Mecha que hiciera la comida porque no se sentía con ganas de cocinar. Mecha servía el guiso y yo sabía que estaba pendiente de lo que papá opinara. Pero papá no decía nada y se veía que Mecha estaba aliviada, como si le hubieran dicho un piropo. El Cachón había pasado a ser propiedad exclusiva del Bichu. Nosotras habíamos pegado un estirón y ya no nos divertía jugar con el perro. Mecha se escapaba, cuando podía, para charlar con el Chiquito y yo quedaba un poco abandonada, sin saber qué hacer. En el mes de mayo murió la abuela e hicimos el viaje hasta Monte Maíz, para el velorio. Teníamos la idea de encontrarnos con todos los primos de mamá, más sus mujeres y los hijos, pero había pocas personas en el funeral, no más de quince. Dos días después, estábamos de nuevo en la casa y, por un tiempo, mamá nos parecía como si se hubiera envejecido, como si se hubiera convertido en la abuela, a pesar de sus cuarenta años. El Cachón lo seguía al Bichu a todas partes. A veces, los veíamos en medio del campo, a los dos, corriendo de aquí para allá o tirándose a descansar. La mejora familiar no lo había alcanzado demasiado al Bichu. Papá se interesaba poco por él y mamá opinó, una vez, en voz baja, que el Bichu no hacía más que devolver lo que recibía. Mecha decía que papá estaba pensando en volver a trabajar la chacra como antes, aunque yo no podía saber cómo era ese antes, ya que, desde que me acordaba, papá iba a trabajar en los campos de otros. En el verano se confirmó lo que pensaba Mecha cuando trajeron las dos máquinas grandes y las dejaron detrás del galpón, bajo los árboles. También llegó un camión grande, con cinco vacas, y luego volvió tres veces más y completamos quince vacas y un toro más algunos terneros. Comenzó, de a poco, un tiempo mejor para todos, hasta para el Bichu. Había novedades permanentemente y la chacra cambió de forma con los nuevos alambrados, los bebederos para los animales, que se pusieron en funcionamiento, el mugir de los terneros y la llegada paulatina de más animales, chanchos, corderos y más gallinas y gansos. Sin despegarse nunca del Cachón, el Bichu nos ayudaba a arrear los animales, o a jugar con ellos. También el olor que nos rodeaba se había vuelto más caliente y fuerte y se nos metía en las piezas y hasta abajo de las frazadas. Hasta el Chiquito venía seguido y trabajaba en las alambradas o en el tambo, aunque lo hacía para estar cerca de Mecha. El Bichu ya no tenía miedo de las palomas que cazaba el Chiquito. Algunos domingos, habían venido algunos chacareros con su familia a la casa y, mientras hablaban, de trabajo, con papá, nosotras jugábamos con los chicos y el Bichu se divertía haciendo que el Cachón les chumbara a todos.
- Salí con ese perro ‘e mierda - gritaba papá y el Bichu agarraba al Cachón y se lo llevaba lejos y no volvía hasta después de un rato largo.
Así se nos pasaba el tiempo.





4




Cuando el Bichu cumplió los diez años se hizo una gran fiesta en la chacra. El Bichu se había estirado mucho y salía a mamá, que era alta y flaca como un palo, pero con las piernas y los brazos fuertes, y el pelo a rulos, medio rubión, y los ojos verdes y grandes, aunque nunca se sacaba los anteojos. El Bichu tenía el pelo más oscuro pera la misma mirada que mamá, y tenía los labios rosados y la cara pálida llena de pequitas que se oscurecían con el sol. Montaba a caballo con facilidad y ayudaba a papá en las cosas del trabajo. Mecha y yo los veíamos, a lo lejos, entre las vacas, separando a los terneros y arreándolos para el corral, horas, a veces, trabajando, juntos, sin casi hablarse. El Bichu caminaba por el medio del campo con los pantalones que le quedaban grandes y le flameaban con el viento y el Cachón siempre al lado. Le gustaba treparse en una de las máquinas, bastante alto, y que el perro le saltara e hiciera fiestas alrededor sin poder alcanzarlo. Compramos el Fiat para la Semana Santa y el Bichu andaba enojado porque no lo dejaban manejarlo, pero, en cambio, Mecha andaba de aquí para allá con el auto, y con el Chiquito también.
El Bichu rezongaba:
- Chinita ‘e porquería. Qué me importa - y se iba a jugar a la máquina con el Cachón.
Pobrecito, no sabía lo que le iba a pasar. Fue Mecha la que vio todo y después me contó. Volvía por el camino de la tranquera, lloriqueando porque se había peleado con el Chiquito, porque él quería y Mecha no lo dejaba, cuando vio al Bichu, trepado sobre la torreta de la máquina, girando el cuerpo de aquí para allá, siguiendo con la vista y el brazo extendido las vueltas del Cachón que chumbaba como un desgraciado. De pronto, algo se le trabó al Bichu y se vino de espaldas contra las ruedas, desde lo alto. Mecha se rió un buen rato pero se le pasó enseguida cuando vio que el Bichu no se levantaba y agitaba los brazos y gritaba. Mecha llegó primero que mamá, que también había sentido los gritos.
- Levantate, Bichu - le dijo, pero el Bichu la miraba con los ojos rojos y llenos de lágrimas y hacía el esfuerzo de enderezarse y no podía.
Cuando llegó mamá, lo sacaron de encima de las ruedas y lo llevaron para la casa. No podía moverse, el pobrecito. Detrás de ellas, el Cachón las seguía con la lengua afuera y la cabeza gacha.




5




Cuando llegué a la casa estaban poniendo al Bichu en el Fiat y el Chiquito ya había llegado y me tuve que apurar si no, se iban sin llevarme. Me senté adelante y salimos. El Bichu estaba con los ojos cerrados y la cabeza en la falda de mamá que tenía la cara más pálida que de costumbre. Viajamos en silencio, bajo el sol que quemaba, y entre la polvareda que levantaba el Fiat, a los tumbos, por el camino a Gould. Llegamos a lo del doctor y Mecha, Chiquito y yo nos quedamos afuera, en el patio lleno de malvones y con los dos perrazos del doctor que nos miraban con indiferencia. Cuando mamá salió le pidió al Chiquito que fuera a buscar a papá a lo de Sarmiento, que la cosa era grave.
-¿Y el Bichu? -preguntó Mecha.
El Chiquito la tomó del brazo y se la llevó para afuera. Yo me quedé sentada en el patio y me acordé del Cachón, lejos de su dueño, en el medio de la chacra sin un alma, llena de animales, bajo el sol de la siesta. Me lo imaginé como llorando.
Doña Ester, la mujer del doctor, me ofreció una limonada.




6




- Lo mejor es ir a Buenos Aires. Acá no podemos hacer nada - le dijo el doctor a mamá.
Desde la casa del doctor, papá llamó a Buenos Aires para avisar, en lo de la tía Nélida, que vivía allá, que iban a viajar por lo del Bichu. Alcanzamos a escuchar con Mecha lo de la parálisis y la columna. Que las chicas, por nosotras, podían quedarse en lo de tía Nélida mientras el Bichu estuviera en el sanatorio. Luego, papá se fue a lo de Sarmiento para arreglar, con los peones, que le fueran a trabajar el campo y a ordeñar las vacas mientras no estuviera. Mamá estaba sentada en el patio de los malvones, con el vaso de limonada que le había ofrecido Doña Ester, y miraba el piso como aturdida. El doctor había salido y tenía el cuello transpirado y la cara colorada. Nos miró, mientras se pasaba el pañuelo por la frente y el cuello. Luego, con los brazos en jarra, como sujetándose la espalda, entró de nuevo a la pieza donde el Bichu estaba dormido por los calmantes. A las tres horas estábamos subidos en la camioneta de los Sarmiento, que nos habían prestado. El Bichu iba en el asiento de atrás, donde le habíamos armado una camita con frazadas, almohadones y otras cosas. El viaje a Buenos Aires, que yo no recordaba, fue largo y silencioso. Sólo mamá, a veces, rezaba en voz baja y papá decía:
- Pa' lo que sirve rezar.
Luego agregó que esto le iba a comer los pesos que les habían quedado después de la muerte de la abuela. Cada tanto largaba una puteada, como enojado consigo mismo. Mamá no decía nada, sólo miraba el camino y, a veces, me miraba por el espejo, sin darse vuelta. Mecha y yo, al lado del Bichu, que se quejaba, sentíamos ganas de dormirnos y no despertarnos hasta llegar, pero no pudimos.
Llegamos a Buenos Aires de noche y tardamos bastante en orientarnos hasta lo de la tía Nélida. Mecha y yo nos íbamos a quedar allí mientras papá llevaba al Bichu al sanatorio. Mamá nos pidió que nos portásemos bien y se abrazó fuerte con la tía Nélida que, después de verlo al Bichu, se persignó:
- Pobre ángel, pobrecito - decía.
Esos días que siguieron, en la casa de la tía Nélida, fueron raros.



7




- Sabés como estaba, el pobrecito. Parecía un angelito. Y qué grande, calculá que yo lo conocí cuando tenía un año y medio...Y sí, qué se le va a hacer. Están en el hospital, en el de agudos de la calle Cerviño. Ahí van a ver que... no, no, yo creo que no... ¿Caminar? Quién sabe. Sí, acá están, pobrecitas -decía la tía Nélida, por teléfono, mirándonos a Mecha y a mí que, salvo lo que adivinábamos de las conversaciones a escondidas o de los llamados telefónicos, poco o nada nos enterábamos cómo le iba al Bichu.
A mí, especialmente, me hacía un malestar estar en esta casa, tan cerrada, sin aire ni luz, con todos esos ruidos de autos en la calle. Ver televisión, que a Mecha la había encandilado, no me parecía divertido. Extrañaba la chacra y los animales y también la escuela. Papá casi no había venido desde que llegamos y mamá venía, se bañaba, comía algo y, luego de conversar a solas con la tía Nélida, en su dormitorio, se iba dándonos un beso pero con la cabeza en otra parte. La tía Nélida, que vivía sola, nos había armado algo así como un dormitorio en el local que antes había sido una mercería y que ya no usaba más que para guardar, en cajas muy prolijas, cosas sin utilidad. Era un ambiente grande y frío por lo que la tía había conseguido una estufita de querosene para caldearlo un poco. A la noche hablábamos algo, con ella, que parecía asombrada ante cada cosa que decíamos como si por ser del campo no supiésemos hablar.
- Se va a poner bien, van a ver - nos mentía.
Pero Mecha y yo sabíamos. Sabíamos que todo ese misterio era porque el Bichu estaba mal. También pensábamos cómo debía extrañar al Cachón, allá lejos, en la chacra. El Chiquito se había comprometido especialmente con Mecha a cuidarlo. Al día siguiente, unos primos que no conocíamos vinieron y la tía Nélida les sirvió café con unas facturas. Hablaron despreocupadamente, del Bichu, con su acento de porteños, así, sin gracia, sin fijarse por nosotras, aunque la tía estaba evidentemente incómoda cada vez que se mencionaba lo que iba a pasar.
- Lo operan hoy a la tarde - dijo uno de ellos – pero, sólo por intentar algo. El chico está bien, por lo demás. Pero, la columna es así. No va a caminar. Quizás, con el tiempo y con rehabilitación. La madre está allá, sí, pero al marido no lo vimos.
Luego se calló entendiendo que la tía nos señalaba con la cabeza. Mecha se levantó y se fue a la cama.
- Tan sensibles son, vieran ustedes - dijo la tía Nélida.
Yo también me fui para que no me vieran llorar. Pasaron varios días más y luego nos volvimos a la chacra. Mamá se quedaba en Buenos Aires a cuidar al Bichu. Papá nos llevaba a la chacra y nos iba a dejar con la prima Nilda que había viajado desde Belville. Luego se volvía a la Capital. Esto se decidió en la casa de tía Nélida. Cuando papá dijo que se volvía después de dejarnos en la chacra mamá lo miró de una manera rara.
- Claro - dijo la tía Nélida.
- Claro - también dijo mamá y se metió en el baño.
Papá se sentó a tomar el café, humeante, y miraba la puerta del baño, y luego apagó el cigarrillo.
- Permiso, me voy a acostar - se despidió.
- Está cansado, pobre - nos dijo la tía Nélida -, pero todo va salir bien, van a ver.
Mecha pensó en el Bichu cuando era chiquito, me dijo después, antes de que le regalaran al Cachón, antes de que papá volviera a armar el tambo, antes de las máquinas.



8




Durante los siguientes quince días recuperamos el sabor de la chacra y su libertad. Mecha estaba encantada con el Chiquito, que venía todos los días. Yo, a veces, me los perdía, sin imaginar dónde se iban. Don Sarmiento venía, día por medio, a controlar a los peones y nos traía noticias de Buenos Aires. El Bichu se recuperaba de la operación y, en cualquier momento, volvía para la chacra. Eso nos alegraba. Aunque, a la noche, sentía cómo Mecha lloraba, en silencio, y seguía llorando hasta que me vencía el sueño y me dormía. Una noche, me desperté con un sueño feo y alcancé a ver justo la silueta del Chiquito que se escabullía por la puerta del dormitorio. En la oscuridad traté de verla a Mecha. Vislumbré su silueta como sentada en la cama.
- No abrirás la boca, ¿verdad? - me dijo, entre dientes.
Me hice la sonsa y que no la oía y me di vuelta para seguir durmiendo. Cuando me desperté, ya Mecha estaba levantada y sentí ruidos y voces afuera. Salí, lo más rápido que pude, y vi la camioneta de los Sarmiento estacionada frente a la puerta. En la claridad, al costado de la casa, de este lado de los ligustres, junto al braserito encendido, vi a mamá, a Mecha, al Chiquito y a Don Sarmiento que tomaban mate. Pero, lo que más me impresionó fue la sillita de ruedas del Bichu. Estaba de espaldas y, aunque sentado, parecía muy alto, con los rulos aplastados y el cuello rojo como si lo hubieran friccionado. A su lado, echado y con los ojos tristes, estaba el Cachón. Papá no estaba. Había llegado hasta el pueblo y Don Sarmiento había traído a mamá y al Bichu hasta la chacra.
- Como estás - me dijo el Bichu cuando me acerqué.
Lo abracé con miedo de hacerle daño. Luego, lo entramos hasta la habitación y lo ayudamos a desvestirse y acostarse. Durmió hasta la tarde. Mamá también se recostó. Mecha salió a hablar con el Chiquito y al rato ya no los vi más. El Cachón correteaba unos pichones y me entretuve viéndolo hasta que mamá me llamó.
- Tu padre se va a quedar en Buenos Aires. No sé por cuanto tiempo - me dijo.
Una tristeza me agarró, en ese momento, porque me imaginé que, probablemente, no volvería más. Con Mecha mamá fue más clara y le contó que, durante la estada en Buenos Aires por el tema del Bichu, papá se había escapado hasta encontrarse con la Nucha. Mamá creía que se había ido a vivir con ella y le contó también una pelea en casa de tía Nélida y que papá se había puesto furioso con las dos porque la tía se había puesto de parte de mamá.
-¿Y el Bichu, qué piensa? - le pregunté a Mecha.
- No sé - me contestó -. No me dijo nada. Preguntáselo vos, si querés. Está afuera, leyendo el Intervalo de papá.




9




Durante los años siguientes la vida continuó de manera muy distinta de como había sido. Mamá tuvo que ponerse al frente de las cosas. No es que no supiera el trabajo, podía trabajar a la par de cualquier chacarero. Pero, lo duro era negociar, comprar, vender y todas esas cosas que hacía papá. No sé qué hubiera sido de ella sin la ayuda de Don Sarmiento. El viejo le tenía mucho cariño a mamá y a nosotros, especialmente a Mecha. Mamá se apoyó mucho en él y los peones de la chacra le tenían respeto. Mamá le hacía fuerza a las cosas y parecía de fierro a la hora de mandar, de levantarse al alba para el tambo, para supervisar la siembra y todas las demás tareas. Mecha y yo trabajábamos a la par de ella y, a pesar de la diferencia de edad, éramos las que terminábamos cansadas. Entre las tres nos turnábamos para cocinar y los quehaceres de la casa. Pero, yo sabía que no iba a durar mucho porque Mecha y el Chiquito, en cualquier momento, se iban a ir juntos para Belville, donde les habían ofrecido un arriendo. Yo medio me sentía una zonza, que con quince años no tenía ni apronte que me hiciera fiesta. Qué se le va a hacer. Mecha siempre fue más despierta y en los bailes, a mí, me sacaban como de lástima hasta que ella se desocupara. Pero yo no le tenía envidia ni malos sentimientos. Además, qué. Si cuando te casás, al poco tiempo te empezás a gastar, y los hijos, y el trabajo... Mamá, con cuarenta y cinco, a veces, me parecía de sesenta. Durante el día era fuerte, pero, a la noche, más de una vez, la escuchábamos llorar, a veces hasta tarde. Es que ella lo quería a papá y no se le hacía que no estuviera. Los domingos por la tarde, cuando ya se ponía medio rojo porque estaba por oscurecer, nos sentábamos, al costado de la casa, y yo la miraba largo rato. Ella miraba para el campo, sin mirar, como esperando. Me ponía tan triste por ella. Yo también extrañaba a papá. Cómo es la cosa, a veces. Casi nunca hablaba con él ni le podía contar mis cosas pero, no sé, era así, era su manera. Qué sé yo, si me creo tan normal y cómo me verán los otros, ¿no? Por algo no tengo novio. Pero, más triste me ponía a veces el Bichu, con su sillita. Caballito de fierro, le decía. Y, la verdad, era que iba para todos lados sin problemas, con el Cachón, que ya se estaba poniendo viejo, siempre pegado. Arreglaba las máquinas, con las herramientas apoyadas en un cajoncito y no quería que nadie lo ayudara. Llamaba a alguno de los peones solamente cuando tenía que mover algo pesado, si no, se arreglaba solo. Pero estaba muy callado y ya no hablaba como antes. Se levantaba muy temprano aunque no podía trabajar el tambo. Y se iba a dormir temprano, apenas después de la cena. Con la única que hablaba, a veces mucho tiempo, mientras mateaban, era con mamá. Estaban tan unidos. A veces, cuando me tocaba limpiar la cocina, los veía, sentados, uno junto al otro, tomando mate, al fresco, y mamá hablaba de sus cosas como si el Bichu fuera un hermano. El Bichu escuchaba nomás y, a veces, decía algo, muy poco. Pero, lo que no aceptaba es que se hablara de papá. Si alguna de nosotras, incluyendo a mamá, lo mencionaba, aunque fuera por algo sin importancia, se enojaba y se encerraba en su cuarto hasta el otro día. Conmigo hablaba menos o, quien sabe, de cosas más tontas, como si yo fuera la hermanita menor. Yo le decía que era al revés, que él era el más chico y me tenía que respetar. Cuando le decía estas cosas el Bichu se reía un rato y eso me ponía bien así que se lo repetía varias veces. Una tarde le pregunté si sentía las piernas.
- A veces - me dijo, muy serio.
- ¿Extrañás, Bichu? - se me ocurrió preguntarle, de abombada.
- A veces - me volvió a contestar.


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Otra cosa que pasaba, de vez en cuando, era que el Bichu lo encaraba al Chiquito y le pedía explicaciones sobre qué pensaba hacer con Mecha. El Chiquito se reía y le palmeaba la espalda, sin darle importancia. Pero el Bichu le volvía a preguntar, una y otra vez, hasta que el Chiquito se sentaba y le contaba sus proyectos.
Mecha me decía:
- Mirá vos, se fue el viejo y ahora el Bichu me controla.
Pero, no era así. El Bichu tenía adoración por el Chiquito y lo que mamá creía era que no le gustaba la idea de que se fueran lejos. Al principio parecía que se iban a ir a Belville, que está cerca, pero, después, Mecha me contó que andaban con ganas de irse al sur, al Chubut, donde había una posibilidad de trabajo mejor. En eso andaban. Mamá me decía que a ella también la ponía triste que la hija mayor se fuera tan lejos porque se verían muy poco. Y que le daba miedo cómo estaba pasando el tiempo y cómo se estaba poniendo vieja. Y que se daba cuenta porque siempre la abuela le decía que los viejos se ponen llorones y ella muchas veces sentía que le salían las lágrimas sin que lo pudiese evitar, pensando y pensando. Y yo le preguntaba en qué cosas andaba pensando, que la ponían triste, pero mamá me decía:
- Cosas, nomás - y cambiaba de tema.
Y es que extrañaba a papá y no se hacía a la idea de estar sola, con los hijos creciendo. Y vaya a saber si no tenía miedo de quedarse sola como la vieja Chela, del pueblo, con noventa años y dependiendo de los vecinos para comer. Yo pensaba que no, que vaya a saber cuándo me iría yo y con quien, y que no me iría lejos, no. Me quedaría cerca, en alguna chacra, por aquí, nomás. Si el trabajo es igual acá que en cualquier lado. También pensaba, con un poco de vergüenza, que mejor que el Bichu estuviera así, impedido, porque se quedaría para siempre con mamá. Y cuando pensaba en estas cosas, que aunque me las quería sacar rápido de la cabeza no podía, lo miraba al Bichu, con la sillita junto a las máquinas, concentrado en lo que hacía y me daba una lástima acá en el pecho... Qué cabeza la mía, ¿verdad? Y, tanto pensar en mamá, en el Bichu o en la Mecha y no pensar un poco en mí, también. Quien sabe el peoncito nuevo, que entró el mes pasado, y que es tan simpático... Bueno, la cosa es que estas ideas me pasaban por la mente. Y a mamá las suyas, y al Bichu, vaya a saber, porque no hablaba de nada propio, sólo de las máquinas y del Cachón.
Viejo andaba el perro, y tranquilo, también.



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Finalmente, Mecha y el Chiquito se fueron a Belville, ese verano, y mamá parecía aliviada. Ayudamos a armar las cosas y fuimos y vinimos, con el Fiat, llevando y trayendo paquetes y más paquetes. Linda era la chacrita, y Don Sarmiento, que iba a ser el padrino, ya le había dicho al Chiquito que, estando Mecha de por medio, él nunca les haría faltar nada. Qué gaucho, Don Sarmiento y cómo quería a Mecha. Tanto hacía que no teníamos una fiesta y fue tan divertido. Chiquito se burlaba de mí porque el peoncito era muy tímido y no se animaba más que a saludarme así que se aprovechó que los ánimos estaban alegres para que pudiésemos charlar más a gusto. Pude bailar de lo mejor y estaba contenta, por Mecha y por mí. Vaya saber a que hora me perdí, con Julián, que así se llamaba, y sentí por primera vez los brazos de un hombre. Era de madrugada cuando terminó la fiesta y estaba tan contenta que ni sentía el cansancio de tanto baile. Me senté junto a mamá, cuando ya no quedaba nadie, y nos abrazamos un buen rato, felices. Hablamos un poco de todo, de Julián, de Mecha, de varias cosas más cuando de repente mamá me dijo:
- Escribió tu padre. Quiere verme, pero todavía no le digás nada al Bichu. No creo que le vaya a gustar.




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¡Cuántas cosas pensé en aquellos días! Se me vino el alma al piso cuando mamá me dio la noticia. No podía entender por qué este desánimo si, en realidad, yo también extrañaba a papá y deseaba que volviera, pero... Vaya a saber cómo es de raro uno. Es como si se acostumbrara y, entonces, por más que pase aquello que estaba esperando, le cae así de mal, sin sosiego. Yo estaba segura de querer que ambos se arreglaran, que volvieran a estar juntos. Yo haría mi vida y, bueno, quién sabe cómo le puede ir a uno, pero no me hacía a la idea de que mamá se pusiera vieja, extrañando, triste. Pero, ahora que esa posibilidad estaba allí, era como que todo iba a darse vuelta de nuevo y me asustaba. También me asustaba el Bichu. Aunque, quien sabe, él sintiera lo mismo que yo y sólo se hacía el fuerte para no sentirse desmerecido. Vieran con qué precauciones se lo fue diciendo mamá para que no se enojara. Pero, además, la cosa venía con sorpresa. Finalmente, mamá dejó de dar vueltas y nos habló a los dos de frente. Ya había estado con papá, que estaba en el pueblo, y quería aceptar que volviera. Yo no sabía qué decir porque el Bichu estaba serio como si le anunciaran la muerte.
- Hagan lo que quieran –dijo, y ya enfilaba para su cuarto, pero mamá lo atajó:
- Hay algo más.
Les juro que fue como si le hubiese leído el pensamiento, tan segura estuve de lo que pasaba. Me corrió un frío por la espalda.
Mamá dijo:
- Viene con un hijo. Un hijo que tuvo con la Nucha. De cuatro años o algo así. Muy lindo - mamá trataba de sonreír -. Chino, lo llama - se puso seria y habló firme:
- Yo lo acepté.
Miré al Bichu y casi me pongo a llorar, de zonza que soy.
- Hagan lo que quieran - volvió a decir y se fue a su pieza.




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Ese domingo me desperté muy temprano y, sin embargo, mamá ya estaba levantada, seguramente más nerviosa que yo. Aunque no hablamos de nada mientras tomábamos mate yo veía que no se podía estar quieta, que las manos le viajaban, de un lado para el otro, arreglando cosas, tocándose la cara. Nunca había visto así a mamá pero la entendía. Cómo no iba a entender estos tantos años sin poder ser una mujer, créanme, porque siempre estuvo a la altura de su condición y no se iba a permitir jamás algo que ofendiera a la familia. Yo creía que le pasaban por la cabeza las mismas cosas que a mí, o, por lo menos, parecidas. Porque yo estaba contenta por la vuelta de papá pero con algo de extraño por lo del hijo y, también, con miedo de la reacción del Bichu. El día estaba fresco, a esa hora, pero había poquitas nubes. Temprano llegó Mecha con el Chiquito. Mamá la recibió como si no la hubiese visto por un año y yo vi que Mecha también estaba emocionada. En cambio, el Bichu aún no se había levantado, aunque seguro que ya estaba despierto. Dejamos que mamá se arreglara para ir hasta el pueblo a buscar a papá y nos dedicamos a contarnos nuestras cosas de estos días. Mecha estaba feliz por la chacra y por el matrimonio pero quería paciencia para encargar familia y el Chiquito estaba de acuerdo. En eso, salió el Bichu del cuarto y fui a prepararle el mate, porque no le gustaba cuando ya estaba medio tibio. Yo pensé que traería mala cara pero parecía de lo más tranquilo y, a su manera, participó de las novedades que contaba Mecha. Estabamos en lo mejor de la charla cuando mamá salió del dormitorio. Se había puesto un vestido nuevo, floreado, y tenía un aspecto tan feliz que me emocionó. Chiquito bromeó con ella diciendo que se había equivocado al elegir a la hija y Mecha le dijo que estaba muy bien. Pero mamá, sin dejar de agradecer los piropos del Chiquito, miraba al Bichu, con una ansiedad que me hizo sentir una puntada en el pecho. El Bichu la miró, tranquilamente, y le dijo:
- Está muy linda, mamá.





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Creo que todos nos sentimos aliviados. Pero yo, especialmente, sentí que lo quería tanto al Bichu. A pesar de que andaba tan huraño desde el accidente y que hablaba poco, siempre trabajando, o con el Cachón en la falda, para mí estaba tan cerca que muchas veces me daban ganas de abrazarlo, así porque sí, nomás. Después que mamá se fuera para el pueblo nos quedamos medio silenciosos y pensativos. Y creo que todos pensábamos lo mismo: cómo estaría papá. Sentí la necesidad de estar sola para poder pensar tranquila y me parecía que, junto a Mecha y el Bichu, se me notarían los pensamientos, así que salí a caminar rumbo a la tranquera. Llegué y me encaramé en el travesaño superior. Desde allí podía ver la casa y al Bichu, sentado, con el Cachón echado junto a él. Parecía como si viera las cosas desde lejos, como en una de esas postales que guardábamos, de algún pariente que nos mandaba desde lugares de veraneo. Había en el aire una quietud que me hacía sentir bien. Cómo pasaba el tiempo, es cierto. A veces, pensaba que no solo los viejos se ponen llorones porque, cuando me daban estos estados, sentía un cosquilleo en el estómago y se me ponía la cara caliente y tenía que reprimir las ganas de llorar. Miraba al Bichu y me acordaba cuando era chiquito y corría, por allí, o andaba a caballo y me parecía mentira que las cosas fueran de otra manera y que no se pudiera volver atrás, cuando estábamos todos juntos y podíamos jugar y divertirnos. Aunque hubiera que trabajar y aunque papá y mamá se pelearan y esas cosas. Pero, visto desde ahora, qué se yo, se me hacía que extrañaba todo lo de ese tiempo, lo bueno y lo malo. Estas cosas le había contado al Julián pero él no entendía mucho, pobre. Nunca había tenido una familia, así que estaba curtido de estar solo y no deberle nada a nadie. Me gustaba el Julián pero, esa parte de su carácter, me preocupaba porque papá también había sido huérfano y, quien sabe, esa tristeza de infancia lo hubiera vuelto así, tan retraído y callado. Me dije que Mecha y yo teníamos suerte con la vida que nos tocaba. En cambio, el Bichu, pobre, que quién sabe si podría formar una familia. A decir verdad, yo tenía que reconocer que, en el lugar del Bichu, la vuelta de papá tampoco me hubiera gustado. Ojalá pudieran entenderse mejor. No vaya a ser que papá haya decidido volver para pelearse con el hijo. O peor, que el Bichu le haga desprecio.
A lo lejos, vi el Fiat, así que volví corriendo para la casa.


15



Esa noche, mientras preparábamos la cena con Mecha, no teníamos manera de entendernos. A mí se me hacía como una revelación el paso del tiempo y el cambio que se produce en la manera de ser de la gente. Y vaya a saber cómo iría cambiando yo, sin darme cuenta, y cómo me verían las demás personas. Pero, al ver nuevamente a papá, mientras bajaba, con el nene, del Fiat, créanme, me asusté de no sentir tanta emoción como me había imaginado. Lo que sentí fue una cosa muy rara y que tiene que ver con esas ideas de los cambios en las personas y del tiempo que antes contaba. Por lo pronto, papá me pareció más bajo de lo que recordaba. Estaba avejentado y le faltaban algunos dientes, especialmente en la parte de adelante, lo que lo afeaba más. Me dio vergüenza pensar de esta manera pero sentí como una superioridad sobre él. Sobre todo cuando vi que me sonreía de una manera que no creo haber visto nunca. Se había bajado, con el nene agarrado como si fuera un muñeco, y caminó hasta nosotros, de la mano de mamá, medio tímido, como si no fuera su casa. Y claro, ese es el punto. Esta no era su casa. Para que lo fuera tendría que ganársela trabajando bastante y corrigiendo las cosas del pasado. Me decía a mí misma, mientras lo veía entrar, saludar al Chiquito y a Mecha con un abrazo, y luego sentarse a la mesa como si fuera un invitado, con precaución y cortesía, que no había maldad en mi pensamiento. Que las cosas son así, aunque no nos gusten. Y que, si dejamos nuestro lugar, alguien lo puede ocupar, o no, pero al regresar tenemos que volver a ganarlo como si nunca lo hubiésemos tenido. Yo estaba dispuesta a darle esa oportunidad a papá, pero, sin dejar de pensar en el Julián, ni en mi vida, y creo que Mecha, por la forma en que se comportaba, pensaba algo parecido. Pero, si había algo en lo que todos estábamos de acuerdo sin necesidad de mencionarlo, inclusive papá, era que lo más difícil sería con el Bichu.
- Cómo anda, m'hijo - dijo papá, extendiendo la mano y con el nene al lado. El silencio fue interminable. El Bichu miró a mamá, antes de contestar. Tenía los ojos enrojecidos.
- Bien, nomás - dijo, estrechando la mano de papá.
Y eso fue todo.
Luego, servimos la cena y se habló de cosas sin demasiada importancia, con cuidado, para no lastimarnos sin sentido. El nene, al que papá le decía Chino, era muy bonito pero, yo no podía apreciarlo, porque le veía los rasgos de la Nucha y, que Dios me perdone, no me hacía bien recordar esos tiempos. En cambio, mamá lo trataba como si fuera suyo y entendí que esa era su manera generosa de tratar de arreglar las cosas.
Así, hablando como creo que nunca nos había pasado, se nos fue yendo la noche.



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Así también pasaba el tiempo y, aunque todo parecía lo mismo, en el fondo, éramos muy distintos. Papá se incorporó al trabajo y se esforzaba, duro y parejo, de la mañana a la noche. Mamá estaba muy pendiente de él, y también del Chino. El Bichu hablaba menos que antes pero, conservaba esos momentos, a solas con mamá, generalmente por la tarde, al costado de la casa, con el braserito y el mate y las galletas. El pobrecito Cachón se había muerto, en el invierno, de puro viejo nomás. Julián se había ido, así, de abombado que era, sin esperar. Mecha ya tenía una nena, grandota, con los ojos del Chiquito y buenita, que no daba trabajo. Todo seguía así, igual pero distinto. Y yo me sentía sola y como a la espera de algo, sin saber qué. Cuando el casamiento de la nieta de Don Sarmiento, que se había muerto hacía un par de años, pobre viejo, nos invitaron pero, el Bichu y yo preferimos no ir, para que papá y mamá tuvieran una diversión juntos. Por lo menos yo pensaba así porque el Bichu no dijo nada y nadie podía saber lo que pensaba. Mamá se arregló tan linda para esa ocasión que papá quedaba deslucido, sin los dientes, y un poco duro en la ropa nueva. Se fueron, a la tardecita, con el Chino, en el Fiat y el Bichu y yo nos quedamos solos. Me puse a cocinar mientras el Bichu, sentado a la mesa, leía el Intervalo, que era lo único que leía y que ya lo debería saber de memoria, digo yo. Serví la cena y comimos en silencio.
El Bichu no dijo nada de la comida y yo sentí como si me hubiera dicho un piropo.

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