
Bien.
Pasado el domingo 28 de junio el país ha entrado en una etapa de cambio. No sé si eso es bueno o malo. Después de todo, el cambio, de por sí, no dice nada.
A todo esto, parece que a Cristina y a Néstor los han acusado penalmente por no suspender las elecciones a raíz de la gripe porcina. ¿Y si las hubieran suspendido? ¿Qué hubieran dicho? No me quiero imaginar los editoriales de La Nación, con el inefable e impresentable Mariano Grondona o el bien pagado eunuco Morales Solá: poco más los hubieran tildado de asesinos.
El asunto es que Néstor perdió, rotundamente. Y que, del marasmo de esta elección donde, salvo algunas figuras contadas con los dedos de una mano y sobran dedos, el resto no era otra cosa que una bolsa de gatos, pero de gatos con sarna, surge, oh, destino venturoso, el eterno segundón como futuro presidenciable. Sí, Don Carlos Reutemann, cara y cerebro de piedra, se perfila como el futuro Presidente de los argentinos.
La verdad, no me lo imagino. No sé si será un pelotudo marca cañón como Chupete De la Rúa o un h de p perverso y maloliente como el riojano, ese al que Aliverti, con toda justicia, llama la rata.
Lo que sí sé es que esa caterva de mafiosos que se da en llamar clase política argentina, apesta. Y que, algo que apesta, sólo puede darnos asco.
Como dice Marcos Aguinis, Pobre Patria mía.
Terrible, esto de citar a Aguinis.
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