
- —¿Y con Walsh, entonces, qué sucede?
- —Yo creo que Walsh —y si esto abre polémica, enhorabuena— trasciende a Borges. Si usted me apura, hasta le diría: es mejor que Borges.
Clarín, 26 de junio de 2004
Toda una declaración.
Cabe preguntarse cómo fue tomado esto entre los borgistas, los que lo admiran y los que viven de él, aun cuando no resulta descabellado suponer que, a varios - me animo a decir que a Beatriz Sarlo, por ejemplo - Borges los hubiese tratado con bastante desprecio.
Para Viñas es inseparable el hombre de su obra. Y digo esto porque es difícil establecer una primacía, a secas, entre las obras de artistas tan disímiles. Algo de eso hay, y el propio Viñas lo aclara:
En “El Aleph”, Borges se burla de un pobre tipo, ¿qué es un pobre tipo?, es un antihéroe, le toma el pelo, se llama Argentino Daneri, se ríe de cómo habla. Procede de una familia de origen italiano y tiene rasgos, detalles, que hacen al estilo inmigratorio. Eso hay que contextuarlo, no es algo que aparece simplemente en “El Aleph”, sino es esa clase de tomadura de pelo, de “yo te sobro, vos, hijo de inmigrantes, hablás regular, y yo, señorito, hablo el castellano perfecto perfecto”. Tiene un significado estrictamente clasista y no es episódico, es una constelación de datos que se repiten en Borges, y en todo ese grupo de Florida, en los años 20.
La Ventana, 16 de febrero de 2007
Estamos, entonces, ante una disyuntiva, la proposición moral de la obra artística.
En ese caso, los lados del asunto quedan claros, difícilmente un derechista admire a Bertolt Brecht y un comunista a Vargas Llosa.
Es una posición bastante definida y, a la vez, difusa. Supone establecer determinadas categorías morales o políticas - ya sé que no es lo mismo - a priori antes de recibir la experiencia literaria. Bien señala Viñas, en algunos comentarios, que Marechal sostenía ideas fascistas, cosa que comulga bien con sus epopeyas ora católicas o evangelistas, como se puede apreciar en el ultracatólico Adán Buenosayres o en el pentecostal Banquete de Severo Arcángelo. Viñas se refiere a las publicaciones en Sol y Luna, revista admiradora del Duce, lugar donde Marechal publicaba sus poesías. Y también al rol jugado por el escritor de Maipú durante el gobierno peronista.

Yo soy ateo, siempre lo he sido, aunque, en mi niñez, mi madre, que era religiosa evangelista, me obligase a concurrir a una Escuela Dominical, como se la llamaba, de esas que financiaba el Instituto Río de la Plata, una institución pagada con dinero de la CIA para adormecer a las masas ignorantes, entre ellas mi pobre mamá.
El único buen recuerdo que tengo de esos tiempos era la hija de una familia norteamericana misionera, los Graham, Raquel Graham, una rubiecita de lentes, muy bonita, de la que me enamoré perdidamente: y eso a los once años.
Bueno, sigo, sin embargo mi ateísmo y, luego, mi anticlericalismo, no fueron impedimento para encandilarme con la prosa de Marechal. Leí Megafón o la guerra a los quince años y muy poco sabía yo de política en ese momento. A los diecisiete compré mi primer ejemplar del Adán Buenosayres, en la edición rústica de Sudamericana, que se despegaba por todos lados y tenía una letra infinitesimal, y he perdido la cuenta de las veces que lo he leído.
Hoy, a los cincuenta años, concuerdo con Viñas y Marechal no me cae tan simpático, pero, en aquel momento, confieso haber llorado con determinados pasajes de sus libros.
Invito a mis lectores a opinar sobre este tema:
¿Puede separarse la moral del autor de su obra?
Pregunta difícil, verdad.
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