Un paseo
Humberto Primo – dijo mi viejo, señalando el cartelito de la calle por la que habíamos doblado con el dedo mocho.
Se había cortado la punta del dedo índice de la mano derecha, hacía ya muchos años, con alguna máquina, en un taller en el que trabajaba, por entonces, siempre pensando en lograr su independencia, “ponerse por su cuenta”, como decía. Balancín o prensa, no me acuerdo bien cómo era que se llamaba la máquina, aunque él me lo hubiese repetido miles de veces. Todo lo repetía miles de veces. De esa manera, las palabras eran fetiches, ayuda memorias que servían para simplificar situaciones o historias que circulaban en casa, una y otra vez, entre mi viejo y mi vieja, como si la vida de nuestra familia - en la que me incluía o en la anterior a mi nacimiento - fuera una novela por entregas, con títulos específicos para cada capítulo.
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Odiseo
Para mujer, la Negra.
Y no lo digo yo, solamente. Aunque, después de estas dos semanas, no quiero acordarme de la memoria de los otros. Así soy, ahora. Sé ponerme un candado cuando me conviene.
Pero el otro estaba al caer y eso la tenía nerviosa.
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Mañana será tarde
Todavía lo recuerdo: recuerdo el sol asomándose por encima del muro, el frío, bajo los pies, con un esbozo de tibieza, y el reflejo dorado sobre los membrillos viejos. Todo eso recuerdo, y, afinando la memoria, el ligero parpadeo de unas blancas nubes perdiéndose en el horizonte, en el fragmento de horizonte que entreveíamos por la puertecita que daba al fondo.
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Una medida para dos
Bebidos, en la noche, volcaban arena en la cocina para que el perro más grande pudiera mear a gusto y la resaca del día siguiente no se viera ensombrecida por pisar el charco descalzos. Al otro, al más chico, lo dejaban afuera, pero no era por maldad, no, sólo por una razón de economía; era un cuzco pelagatos, informe, y nadie podría haber tratado de llevárselo. En cambio, el más grande, parecía tener raza o valer algunos pesos y ya habían escarmentado, años atrás, al entrar esa lavadora que Paco había conseguido en lugar de un dinero adeudado, lavadora americana, inservible apenas tuviera el más mínimo percance, que se robaron, junto con otras porquerías, la noche que Rosa perdió al chico y casi se va para el otro mundo.
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